martes, 14 de marzo de 2017

Japón - Diario de viaje - Día 19 - Tokio Haneda de regreso a Madrid

11 de abril de 2016

Nos levantamos a eso de las 7 para tener tiempo de terminar de recoger con calma y desayunar. Teníamos tiempo de sobra para ir al aeropuerto, ya que nuestro vuelo salía a las 14:00. Aún así no queríamos tentar a la suerte y decidimos ir pronto y ya pasar allí la mañana.
Dejamos la comida que nos había sobrado en la cocina y se lo comentamos a la recepcionista. Nos entretuvo un poco y al final salimos a eso de las 10:00 de la mañana.

Fuimos en tren al aeropuerto desde Minami-senju. Cogimos la Joban line y después la Yamatone hasta Hamamatsucho, donde cogimos el monorail. El trayecto duró unos 15 minutos, cogimos uno que hizo más paradas, porque dejamos pasar el primero para poder sentarnos y resultó no ser express, por lo que tardó un poco más ya que hizo algunas paradas y llegamos a las 11:20. El trayecto lo pagamos con la pasmo.

Nos fuimos directas al mostrador de ANA. Como era muy pronto no había más que dos o tres personas haciendo cola. Nos atendió una azafata muy maja que nos confirmó el menú sin gluten de Laura.
A las 11:40 ya estábamos libres de maleta. Nos pasamos por los baños, super limpios y modernos como siempre. Este incluso tenía papeles cobertores para la taza.




En la zona de salidas hay un pequeño centro comercial con tiendas de estilo tradicional, en la entreplanta, todo en madera imitando a un pueblo, donde además han puesto una reproducción del puente Nihonbashi. Subimos a explorar y lo primero que vimos es un restaurante de ramen con muy buena pinta, con precios similares a los del restaurante del día anterior. Por supuesto también había de sushi, de carne, pizza, e incluso bentos para comer en el avión. Alguno tenía ya una gran cola de gente esperando turno.

A las 12 pasamos por una librería a la que entré buscando un Shonen Jump para llevarme como recuerdo, pero como ya no publicaba nada de Naruto y al ir a pagar vi que tenían el manga, decidí cambiar la revista (por llamarla de alguna manera, porque es como de 10 cm de gorda) por el primer manga de Naruto, en japonés. Me costó 390¥


Seguimos caminando por el pasillo y en cuanto llegamos a una pastelería donde vendían melon pan recordé que quería ir al Lawson para llevarme algunos a casa.
Cogimos el ascensor y bajamos hasta donde estaba el Lawson, que según el mapa era a nivel de calle. No nos costó encontrarlo aunque una vez dentro dimos mil vueltas buscando melonpan. Algo que hay siempre en todas las tiendas y aquí no había, sólo encontramos uno extraño, que en la foto salía como con un hueco.
Preguntamos a una chica y como no nos pudo ayudar llamó a su jefe que vino a atendernos y como pudo nos dijo que era el único que había. Le dimos las gracias y nos lo llevamos de todos modos. También compré una botellita de calpis, un mochi para que lo probasen en casa y una caja de Tokyo banana, que había buscado sin éxito durante todo el viaje, ya que quería probarlos. La caja valía mil yenes, muy caro, pero venía muy bien presentado, ya que está pensado como omiyage, un regalo que se lleva siempre cuando se regresa de vacaciones.
Salimos del Lawson a las 12:20. Compramos un melonpan hueco (150¥), calpis (151¥), caja de Tokyo banana (1029¥) y mochi (108¥).


De ahí nos fuimos a información turística para preguntar cómo entregar la pasmo y recibir el reembolso. Nos costó un ratillo hacernos entender, pero finalmente nos dijeron que el reembolso lo dan en las taquillas del tren. Estaba justo al lado, así que sin problema. Nos fuimos allí y enseguida procedieron a devolverle el dinero. Solo la cambió mi hermana, que la tuvo que cargar el día antes ya que había hecho más gastos y no sabía si tendría suficiente para el viaje al aeropuerto, pero yo me quedé la mía para un próximo viaje y como recuerdo.


A las 12:35 salimos de allí y continuamos viendo las tiendas donde lo habíamos dejado.
Como no había encontrado el melonpan, decidí comprar uno en la pastelería que habíamos visto, por 172¥. Había un cartel donde ponía que era la primera pastelería de Japón, abierta desde 1869.
Seguimos caminando y las tiendas dieron paso a la parte inferior del puente, donde había unos bancos con una tela roja con gente sentada e incluso durmiendo. Uno hombre dormía con un antifaz de Hello Kitty, por lo que iba provocando las risas de la gente que pasaba por ahí.

Cogimos el ascensor y atravesamos el puente. Había unas cuantas tiendas más, pero estaban cerradas y tras ellas una especie de santuario, donde se compraban las tablillas en una vending machine.
Vimos un cartel que indicaba una zona de observación de aviones y para allá que nos fuimos. Había unas cuantas tiendas más, que había que atravesar para salir a la terraza.
Salimos y era un espacio bastante grande, con mesas y bancos para poder sentarse a comer. Lo malo es que hacía muchísimo viento.


A la 1 de la tarde entramos en una cafetería, donde Laura se compró un café. Nos sentamos dentro pero decidimos salirnos a la terraza, para así poder comer yo también y beberme el calpis, ya que al embarcar había que entrar sin bebidas. El café le costó 300¥ y era como todos los de máquina, pero no pudimos encontrar ni uno solo en las máquinas, ya nos imaginamos porqué.

La calpis en esta ocasión era sin gas, mucho mejor que la otra para mi gusto. Laura también la probó y es cuando me dio el ingrediente clave que me faltaba para describir la bebida, la leche condensada. Es una mezcla de gelatina de naranja con leche condensada y aquarius.
Nos lo tomamos rapidito y nos dirigimos a la zona de embarque. Laura entró en una zona de fumadores antes y yo al baño para tirar el agua de la botella. La calpis no me la pude terminar, así que la dejé en la entrada del embarque, junto a otras botellas.


La entrada al avión fue rápida, ya que son muy eficientes en este tipo de cosas. Colocamos las maletas sin problema y ocupamos nuestros asientos, de pasillo y central. Al lado teníamos a un chico, en ventanilla. Los habíamos elegido así para poder tener acceso fácil a los baños y a estirar las piernas, ya que el vuelo no era nocturno.
El avión era un B747-8.

Este avión tenía asientos más estrechos que el de ANA, y menos espacio delante, por lo que la pantalla estaba más pegada a la cara. Lo bueno es que tenía enchufes bajo el asiento, aunque no nos hizo falta. El sistema de entretenimiento no estaba mal, pero las películas estaban dobladas en mexicano, por lo que tuve que verlas en v.o. de lo raras que se me hacían. La pantalla tampoco se veía tan bien y le costaba hacer caso cuando presionabas. Podía ver lo que estaban viendo el resto de pasajeros, las de ANA sin embargo parecían apagadas desde otros ángulos.

Al despegar teníamos la opción de poner las cámaras externas en nuestra pantalla, por lo que vimos como despegábamos a las 14:20, en dirección Tokyo. Se veía el skyline de la ciudad.
Un poco más adelante había un bebé berreando como un descosido. El avión se movía mucho, suponemos por el viento que hacía ese día.
Menos mal que decidimos no seleccionar nuestro asiento en la zona de delante, que es donde suele haber más espacio, pero es justo donde ponen a las familias con bebés y puedes tener que lidiar con ello todo el viaje.

En este momento fue cuando nos dimos cuenta de la diferencia entre los pasajeros de este vuelo, casi todos occidentales y los de ANA, donde eran mayoría japoneses. Los niños japoneses no hacían nada de ruido y los adultos ya ni hablamos, fue un vuelo super silencioso, mientras que en este, con un grupo de italianos al lado, era un escándalo constante.

Hasta las 15:30 no nos dieron un aperitivo, de galletitas y bebida, por las turbulencias, pero a Laura no le dieron nada.
A las 16:30 pasaron preguntando algo sobre los menús, en nuestra fila por la parte del centro, pero no hacia nosotras. Al rato vimos que repartían algunas bandejas sueltas y una fue en nuestra fila, al grupo de italianos, que recibieron con risas y comentarios entre ellos, ya que ocupaban varias filas. Como a Laura no le traían el suyo, ni nos habían preguntado, llamamos a la azafata para preguntarle por su menú sin gluten. Se fue a la cocina y regresó directa al grupo de italianos para quitarles la bandeja. Se la volvió a llevar a la cocina y ya se la trajeron a Laura. Vamos, que la azafata no fue capaz de mirar para que asiento era y encima los cara dura escandalosos, como ya tenían hambre, le habían dicho que sí era para uno de ellos a la azafata. Hay que ser descerebrado, no solo está peor este tipo de comida sino que no se les ocurre pensar que van a dejar a alguien sin comer por hacerte el listo y graciosillo.


El menú consistió en un plato caliente de pollo con patatas, una ensalada con vinagreta, un trocito de salmón frío, fruta y pan de arroz. Por lo visto todo sabía a cartón y sospechamos que era para varias alergias, incluso para gente que no puede comer sal. Lo único que le gustó fue el pan, que sabía mejor que el de ANA que le había parecido comida para perros. Pero de resto no le gustó nada la comida comparada con la de ANA que había estado bastante buena.

15 minutos más tarde repartieron el resto de comidas. En este vuelo no había para elegir, solo uno de los platitos, que podías elegir entre pollo o cerdo. Escogí el cerdo porque el pollo venía con pimientos y no estaba segura de que no fuese a picar. El resto eran maki roll, una ensalada con pollo, calabaza y pepinillos, fruta, un panecillo y bebida.


Nos pasamos todo el viaje, al menos yo, viendo películas.
A las 9 de la noche nos dieron una bebida con merienda, se podía elegir entre un bizcocho o un onigiri. Tampoco tenían nada pensado en que fuese sin gluten, por lo que Laura pidió el onigiri y tras comprobar los ingredientes se lo comió porque tenía mucha hambre.

A las 12 de la noche nos trajeron la cena.
La cena era pollo teriyaki o ravioli con pimientos, tarta de queso con salsa de fruta tropical y pan con mantequilla. Elegí el pollo que venía compañado de arroz y una salsa que no estaba muy buena.
El de Laura era un panecillo de arroz, una margarina extraña, pera en almíbar (pero en forma de gelatina) y arroz con brócoli, zanahoria y col. Tenía una pinta espantosa y tampoco le gustó nada.
Menuda diferencia con la comida que nos dieron en ANA.

Al aterrizar, salimos del avión por la parte de delante, ya que nuestro pasillo daba al otro lado y nos íbamos bifurcando. En la salida a Laura le regalaron una rosa. Creemos que se las estaban dando a las de business pero como les sobraban siguieron repartiendo.
Llegamos a Frankfurt a las 18:45, hora local. Desde dónde estábamos teníamos que ir bastante lejos, aunque se supone que es la misma terminal. Nada más salir del avión había una persona indicando hacia donde teníamos que ir, aunque también había pantallas con la información. Andamos bastante rato, alucinadas con lo grande que era, hasta que vimos por las ventanas que aquello hacía como una especie de U. Hasta bromeamos con que tendríamos que ir hasta la otra punta y cuando ya pensábamos que estábamos llegando desembocamos en un monorail. 


Para nosotras eran las dos de la mañana, aunque eran las 7 de la tarde hora local y aún no había anochecido. Nos subimos al monorail que nos llevó a nuestra puerta de embarque. Tuvimos que andar otro tramo y pasar por un control en el que tuvimos que enseñar el pasaporte y pasar la maleta de mano igual que cuando entras en el aeropuerto.
A Laura la tuvieron un buen rato porque le cogieron el mochi que llevaba en la maleta y lo encontraron sospechoso. Sin embargo yo llevaba la mía llena de bollos y chuches del Daiso que ni miraron. Tuvimos que tirar de nuevo el agua. Menos mal que no había llenado mi botella, porque no sabía que volverían a mirarnos la maleta.

Tardamos como una hora en llegar a nuestra puerta de embarque. Escogí escalas de dos horas, por lo que no tuvimos problemas de tiempos.
El avión que nos llevaba a Madrid era un A320-200. Salía a las 20:55 hora local con llegada a Madrid a las 23:30. Este era de los pequeños, tipo ryanair, estrecho y un poco incómodo. Nos dieron unos canelones de comer que dudo mucho que alguien se comiera, ya que picaban una barbaridad y nada para Laura, como en el vuelo de ida.

Laura había dormido un par de horas en el otro vuelo pero yo no había pegado ojo. Como ya eran las 6 de la mañana, las dos nos quedamos dormidas, aunque con dificultad, ya que justo detrás teníamos a una pareja, eran asiáticos pero no sabemos de dónde (suponemos que del mismo país que los que nos fuimos encontrando durante el viaje que no paraban de hablar a gritos, para que digan de los españoles), que no paraban de dar golpes al asiento, pegar voces y bostezar como si fuesen osos en una caverna.
Me tuve que poner el antifaz para poder dormir algo y cuando me desperté lo había perdido. Supuse que se me había caído por detrás y hasta que no salieron los ocupantes de esos asientos no pude recuperarlo.

Llegamos un poco tarde y a las 23:55 (para nosotras eran las 7 de la mañana) aún estábamos esperando las maletas, que tardaron bastante en poner en marcha.
Nos vinieron a buscar al aeropuerto y cuando salíamos no sabían dónde habían dejado el coche y estuvimos como una hora dando vueltas por la terminal.


Llegamos a casa y sacamos las chorraditas varias que habíamos traído y el omiyage de Tokyo banana, que estaba deseando probarlo. Era un bollito super tierno con una crema con sabor a plátano, super rico. Menos mal que no los encontramos antes, porque habrían sido mi ruina.
Nos fuimos a dormir y nos levantamos con resaca de viaje a la mañana siguiente. Bueno, yo me levanté por la mañana, Laura creo que a eso de las 6 de la tarde.

El viaje ya terminó hace meses, aunque aún continúa de cierta forma, ya que he estado editando fotos y elaborando este diario. Como además mi portátil no permite una fluida edición de vídeo, aún tengo muchas etapas de viaje para editar y subir a youtube.
El viaje comenzó en la planificación y en cierto modo no termina hasta que no finalice los vídeos, ya que en cada uno de ellos revivo esos días y apunto cosas nuevas para un futuro viaje.
Es uno de los destinos que se que volveré a visitar y espero que no pasen muchos años antes de que pueda hacerlo.

Mata ne. Hasta pronto Japón.


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